Viene de triunfar en los Proms, donde -Saint-Saëns mediante- demostró que no es solo un pianista introspectivo y melancólico y que en su paleta de registros también cabe una expansividad desbocada. Tocar en un abarrotado Royal Albert Hall es el último hito en la carrera de Javier Perianes (Nerva, 1978).
Otros recientes son sus comparecencias en Ibermúsica con la Filarmónica de Viena y con la Concertgebouw. Esta última le movilizó sólo tres horas antes de su concierto en Madrid para sustituir a Jean-Yves Thibaudet, que sufrió una inoportuna indisposición. Perianes tuvo 10 minutos para ensayar pero, ya en escena, no le tembló el pulso. Ese aplomo, sumado a su rigor científico en el estudio de las partituras, el toque fino y la sugestión poética, le han aupado al estatus de figura codiciadísima. Las más prestigiosas orquestas y auditorios se lo rifan. Son meses intensos los que se avecinan, por lo que no para de ensayar. Hasta que suena el teléfono. Y deja por un rato (cerca de una hora) el piano para charlar con El Cultural desde su casa de Sevilla, a donde se mudó el año pasado.
Pregunta.- Abre la temporada de la OCNE. Schumann en atriles y David Afkhamen el podio. ¿Cómo ve el fenómeno que ha supuesto su llegada a esta orquesta?
Respuesta.- Es un músico de primerísimo nivel, pero su éxito parte un proceso que ya estaba en marcha. Hay mucho que agradecerle a su predecesor, Josep Pons. Tenemos una gran deuda con el trabajo inmenso que hizo. Pons, por cierto, es uno de los primero fans de Afkham. David está ahora coloreando la orquesta que él quiere, con su sello y su propia identidad.
P.- Luego se desplaza a Los Ángeles para ponerse a las órdenes de Dudamel. Aunque ya no lo es tanto, no parece que un director tan pirotécnico sea el más compatible con su pianismo intimista. Son dos códigos dispares los suyos, ¿no?
R.- Cuando nos sentemos a estudiar la partitura del Concierto 27 de Mozart ese va a ser el único código que valga. No hay más historia. Y esto de los códigos, por otra parte, es relativo. Yo vengo de tocar en los Proms el Segundo conciertode Saint-Saëns, que de intimista tiene apenas las dos primeras páginas, luego es una fiesta. Es verdad que mis últimas grabaciones, Mendelssohn, Chopin, Debussy, Schubert, me sitúan en un registro más sesudo, más intimista, pero yo me muevo en todos los terrenos. El mismo Concierto 27 tiene un segundo movimiento muy trascendente y de profundo recogimiento que contrasta con el tercero, puros fuegos artificiales de energía y positivismo.
P.- En febrero de 2018 estará en Ibermúsica presentando su disco de Bartók con una Filarmónica de Múnich comandada por Heras-Casado. ¿Cómo es su sintonía musical con este director?
R.- Pablo y yo tenemos una relación de amistad de muchos años, nos conocíamos ya de jóvenes aquí en Andalucía. Pero no nos encontramos juntos en un escenario hasta marzo del año pasado, cuando debuté con él en la sala grande del Carnegie Hall y una semana después hicimos el Concierto en sol de Ravel con la Netherlands Radio en el Concertgebouw. Y hemos seguido encontrándonos con otras orquestas después y tenemos proyectos juntos para el futuro. Hay una confianza y un lenguaje directo entre los dos. Es un director extremadamente sensible y flexible, muy respetuoso. Nuestro entendimiento es extraordinario y muy fluido. Es algo que también me pasa con Mena, Pablo González, Dutoit…
P.- ¿Considera la cúspide su carrera hasta ahora el concierto con la Filarmónica de Viena del año pasado en Ibermúsica?
R.- No sé… Lo que sí está claro es que el recuerdo de aquello es muy especial: el sonido de la cuerda de esa orquesta es conmovedor. El primer acorde que toca tras la pequeña introducción del piano, la famosa en si mayor, fue inolvidable. Pero en esta carrera estás todo el tiempo subiendo ochomiles y bajando cuestas. Todo son retos así que mi cúspide es cada hora que me entrego a la música.
Los padres de Perianes le regalaron su primer piano con los ahorros que reunieron echando muchas horas extra. A aquel sacrificio, él correspondió con más sacrificio. Las cosas podrían ir mejor o peor, podría salir adelante como solista o no, pero tenía claro que lo que dependiera de sí mismo no iba faltar. Así que se prescribió una receta monocorde de trabajo, trabajo y trabajo. Hoy, cuando le preguntan por las claves de su éxito, siempre apela a ese afán stajanovista. Es curioso que siendo andaluz jamás apele al duende. “No es que no crea pero las cosas intangibles, que no se pueden controlar, no sé… Yo soy un convencido del estudio, de las horas de reflexión, de la planificación y la organización. Es muy manida la máxima picassiana de que la inspiración te pille trabajando pero me identifico con ella. No tengo mucha fe en el azar y las casualidades. Prefiero pensar que ha sido el entusiasmo y el trabajo los que me han permitido ir alcanzando mis metas”.
P.- Pero de su piano siempre emerge el misterio de la poesía. ¿De dónde brota?
R.- Ni idea. Hablar de cómo toco yo se lo dejo al público y a los críticos. Yo me limito a transmitir la voluntad de un compositor. Supongo que mis experiencias personales tiene una influencia fundamental en esa transmisión de emociones, pero si mi piano es más o menos lírico, más o menos introspectivo, yo ahí no entro. Me conviene para proteger mi salud mental.
Schumann 20 años despúes
P.- Ya ha dejado de ser el pianista-joven-español-más-prometedor, una etiqueta impuesta ahora a Floristán. ¿Cómo se siente en el nuevo estatus de figura consagrada?
R.- La verdad es que no me ha llegado a casa ninguna notificación informándome de ese cambio de estatus. Hay gente que califica mi carrera de meteórica pero yo no lo percibo así. Todo ha sido muy progresivo y muy natural. Aunque es cierto que si hace unos años alguien me hubiera dicho que iba a hacer conciertos con la Filarmónica de Viena o la Sinfónica de Chicago, lo habría tomado por loco. Ahora tengo que tocar otra vez en Madrid el Concierto de Shumann con el que debuté con una orquesta sinfónica grande [la de la RTVE] hace 20 años, y mis ganas de disfrutar y de explorar son las mismas. También mantengo mi método: yo me concentro en la partitura y no soy muy consciente del contexto.
P.- ¿No conoce el miedo escénico entonces?
R.- Bueno, hay salas que impresionan muchísimo. El Albert Hall, el Carnegie Hall, la Concertgebouw… Pero, una vez me siento al piano, me da igual donde estoy, porque la responsabilidad con la música no cambia.
P.- Dice que hasta cuando está en la playa no deja de darle vueltas a la digitación de un determinado pasaje. ¿Alguna vez desconecta de la obsesión del piano?
R.- Es que la música te asalta, es una vocación que uno siempre tiene dentro. Esto no es como trabajar en una oficina de 8 a 3, que cuando llega la hora cierras la ventanilla.
P.- ¿Se desconecta mejor en Sevilla que en Madrid?
R.- No, ni mejor ni peor. Supongo que a los andaluces nos pasa como a los gallegos: tenemos morriña de nuestra tierra siempre. Yo he disfrutado de Madrid durante casi 20 años y siempre estoy deseando volver. Aunque la verdad es que paso tan pocas semanas al año en mi casa que tampoco importa demasiado una ciudad que otra.
P.- ¿Cree que el mundillo de la clásica debe tomar nota del desenfado de los Proms y sacudirse cierto esnobismo y encorsetamiento que lo rodea?
R.- Cualquier idea para aproximar la música a los demás me parece estupenda siempre que se mantenga el máximo estándar en la interpretación. La gente no es idiota y, por tanto, no hay que bajar el nivel para que vaya a un concierto. Los Proms son un gran ejemplo: 5.000 personas que guardan un silencio sepulcral, incluso las mil que están de pie y pueden moverse.
P.- ¿Qué podría hacerse para que un concierto de Perianes suscite tanta pasión como un gol de su admirado Ronaldo?
R.- Llevamos muchos años preguntándonos lo mismo y yo no tengo ninguna idea magistral. Claro que me encantaría que la música clásica tuviera una onda expansiva similar a los goles de Ronaldo o de Messi, pero yo me limito a honrar las partituras.
P.- Al menos sí tendrá en mente errores que se han cometido y que disuaden a los jóvenes de acercarse, por ejemplo, a un recital de piano, ¿no?
R.- Sí, eso es obvio: que en España las bellas artes no se pongan en la educación a la altura de las otras grandes materias. No es necesario que los niños toquen a Mozart pero sí que sepan quién fue. La música es una herramienta que ayuda al diálogo, al fin y al cabo nos enseña a escuchar. Y eso nos hace más tolerantes y mejores personas.