Hay artistas que logran enganchar y convertirse en familia para un público. Uno de ellos es Christian Gerhaher (Straubing, Alemania, 1969), capaz de llenar el Teatro de la Zarzuela cada vez que nos visita y ya van doce, dos en apenas semanas.
En esta ocasión con un monográfico malheriano un tanto peculiar ya que, junto a los “Rückert-Lieder”, un par de naciones del ciclo “Des Knaben Wunderhorn” y otra de “Lieder und Gesänge aus der Jugendzeit”, iban dos páginas de “La Canción de la tierra”, abriendo y cerrando programa.
Empezó frío, pero pronto logró entrar en calor ayudado por una interpretación sin pausa alguna, un hecho bastante destacable, pues estuvo cantando durante más de cuarenta minutos seguidos en la primera parte y casi otro tanto en la segunda. Su personalidad nos es ya bien conocida, de hecho su voz se distingue con claridad por su impecable dicción, el timbre baritonal lírico, la facilidad para manejar las dinámicas desde los pianos a los fortes con un exquisito juego de las medias voces. Impresionante la matización de cada “Gute Nacht” de “El oficial tamborilero” que cerró la primera parte, con un paso final del forte al piano de auténtico maestro. Abordar “La despedida” de “La canción de la tierra” con acompañamiento de piano y no de orquesta no es fácil ni para el pianista ni para el cantante. Quizá por eso se dejaron sentir de forma exagerada las lecciones de su maestro Fischer-Dieskau, traduciéndose en un excesivo amaneramiento en su permanente intención de “vivir” los lieder, de exprimir su soledad, tristeza y desesperación.
Fue un recital de ambiente triste, con esa despedida final que no debió dar lugar a una propina, por muy “Ulricht” que fuera. Hay veces que una propina es un pecado y ésta fue una de ellas. No debió concederla por mucho que aplaudiese el público que llenaba el teatro.
Gonzalo Alonso